The Grand Budapest Hotel
USA / Dirección y Guión: Wes
Anderson (Argumento conjunto con Hugo
Guinness) / Reparto: Ralph Fiennes,
Saoirse Ronan, Tilda Swinton, Jeff Goldblum, Willen Dafoe / Producción: Wes
Anderson, Scott Rudin, Steven Rales, Jeremy Dawson / Fotografía Robert Yeoman /
Música: Alexandre Desplat / Montaje: Barney Pilling
Wes Anderson (nombre
complete Wesley Mortimer Wales Anderson) nació en Houston, Texas, el 1 de mayo
de 1969. Estudió filosofía en la universidad de Texas. Allí conoció a Owen
Wilson, con quien filmó su primer largometraje Bottle Rocket y su siguiente largometraje Rushmore (1998) sobre la
vida de Max Fisher y luego, The Royal Tennenbaums (2001) con la que ambos
fueron nominados al Oscar como mejores guionistas.
El estilo particular de
Anderson lo llevó a tener muchos seguidores a lo largo y ancho del mundo, como
así también muchos detractores, como es lógico de esperarse.
Cualquier comparación es
odiosa, se dice con frecuencia y sería de tontos intentar desmentir lo que es
ya evidente. Pero en algunas circunstancias en las que la mente viaja sola
desde un paraíso habitado para llegar a otro que le precedió, es no sólo
inevitable sino hasta digamos sano y gratificante. The Grand Budapest Hotel, se presenta entonces como un relato que
se concatena en la secuencia de una joven que lee lo que un escritor ha narrado
sobre personajes de otro tiempo, de una historia que no le es propia sino que
llegó hasta él como llegan todas las historias para aquellos que las saben ver.
Y en esta conjunción, me es imposible no acercarlo a la valerosa Scheherezade,
que en las Mil y una Noches se vale
de su destreza como narradora para salvar su propia vida, recopilando anécdotas
y leyendas de su pueblo que hasta hoy en día siguen vivas gracias a la
recopilación del autor. En The Grand
Hotel Budapest se habla justamente de eso, del trabajo mismo del escritor,
de sus historias y de la prolongación de la propia existencia mediante el
legado que los “hombres honrados” dejan a sus discípulos, como en el caso de
Mustafá, quien puede reconocer, hablando sobre Gustave H., que “Aún hay vagos destellos de civilidad en
este matadero salvaje que alguna vez fue la humanidad (… ) él fue uno de
ellos”.
El director y guionista Wes
Anderson construye una inmensa metáfora en torno a la vida de Stefan Zweig,
escritor vienés de origen judío que debió exiliarse antes de la inminente
llegada al poder del nazismo y la guerra en Alemania, a la cual se opuso
activamente. De algún modo, ese gran hotel perdido en algún lugar imaginario
hace referencia a esa Europa conflictuada del autor, esa misma Europa que
alguna vez fue glamorosa y que luego se transformó en el escenario codicioso y
hambriento de guerra, en la que los hombres de honor y altamente intelectuales
no tienen lugar para ser, condenados a vagar en el exilio, tal como lo hace en
el film el Escritor una vez supo la historia del Gran Hotel. (Es de notar que
éste personaje no tiene nombre en la película, simplemente se le denomina Escritor
para poder asimilarlo hacia el final con la figura del mismísimo Stefan Zweig).
Incluso el título mismo The Grand
Budapest Hotel, nos da ya la pauta de ello. La ciudad de Budapest es
considerada una de las más bellas de Europa, un baluarte histórico de la
humanidad. El centro financiero y también el escenario de la muerte de 250 mil personas
que el genocidio nazi perpetuó. Tras la guerra, Budapest quedó semi destruida
junto con sus históricos edificios.
La ironía, el tono naif de
sus personajes que por momentos rasgan el grotesco, son atributos distintivos
del director Wes Andersen, que se vale de ellos para mostrarnos una historia
poblada de seres extraños que habitan en el universo de la ficción que él mismo
construye para hablar de sí mismo y de sus propios puntos de vista acerca de
las cosas, tirando abajo ciertas convenciones sociales e incomodando al
espectador que escapa de ello mediante la comedia.
Una puesta en escena
clásica, prolija, cuidada, que busca constantemente el equilibrio de la
composición y transitando según sus necesidades por diversos movimientos
pictóricos / fotográficos a lo largo del fim, desde el renacentista al gótico y
de allí al naif, al blanco y negro. Buscando en cada plano el choque entre lo
antiguo y lo nuevo, que cobra total magnitud en el simbólico cuarto que está siendo
remodelado en casa del Escritor, que parece decir por sí mismo que todo debe
seguir pues es el orden natural de las cosas, muchas de esas mismas cosas que
terminarán siendo maltratadas, olvidadas o hasta incluso borradas por el
inefable progreso al que todos estamos sometidos. Tal como las obras del mismo
Stefan Zweig fueron quedando en el olvido para ser reconsideradas por algún lector
solitario que encuentra en algún momento el rastro de su brillo.
Por último, sólo habré de
destacar el trabajo de Tony Revoloni (Mustafá) para quien se sigue augurando un
futuro cada vez más prometedor, un reparto bien escogido, acompañados por
increíble trabajo de arte y vestuario. Y el maravilloso trabajo de Alexandre
Desplat en la composición musical, cuya obra y trayectoria hablan por sí mismo.
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