Caminos a Koktebel
Boris Khlebnikov |
Aleksei Popogrebsky |
Boris Khlebnikov director y guionista ruso. Nació en
Moscú el 28 de agosto de 1972. Dirigió “Caminos a Koktebel” (2003), “Svobodnoe plavanie” (2006), “Sumasshedshaya
pomoshch” (2009) “Korotkoe Zamykanie” (2009) y “Dolgava
zhizn Schastliyaya” en (2013).
Aleksei Popogrebsky es director de cine ruso nacido el 7 de agosto de 1972.
Dirigió y escribió “Caminos a Koktebel” (2003), “Veshchi Prostye” (2007)
y “Cómo
terminé este verano” (2010)
Cuan diferente parecía ser el mundo en el 2003. No existía
por entonces y fundamentalmente el teléfono celular que conocemos en la
actualidad, ni las redes sociales, ni siquiera internet era la herramienta que
es hoy en día. En este contexto, una película como “Caminos a Koktebel” nos
transporta no sólo a un pasado inmediato sino también a un pasado en donde las
relaciones sociales y filiales adquirían otras formas, otro devenir.“Caminos a Koktebel” es una road movie rusa, que nos cuenta
el dificultoso camino que atraviesan un hijo con su padre, quién tras la muerte
de la madre cayó preso del alcoholismo. Es un camino de reconstrucción
familiar, en la inhóspita y silenciosa Rusia, la de grandes distancias e
inmensas soledades.
Ya desde la primera toma sabemos que no nos encontramos
ante un filme más.Tras el análisis del primer minuto comprendemos que quien
ejecuta el mensaje sabe muy bien lo que hace: un largo plano cuya composición
nos muestra en el centro un túnel y sobre él está la ruta; hijo y padre salen
desde dentro del túnel (por lo que entendemos, tras haber pasado allí la noche)
y recogiendo sus cosas se alejan. Es este comienzo una síntesis muy bien
elaborada de lo que abordará luego la película; pues el túnel nos remite a ese
oscuro y depresivo lugar en el que cayeron los personajes tras la muerte de la
madre, un túnel del que los personajes con mucho esfuerzo logran salir para
enfrentarse a un camino de reconstrucción familiar, simbolizado por la ruta que
corre en la parte superior de la composición.
Como polizontes, los dos se cuelan en el tren
que en algún momento se detiene por un instante frente a una planta silvestre
de manzanas. El padre corre a recogerlas pero el tren arranca teniendo éste que
perder parte de la cosecha y también, perdiendo parte del equipaje que
el hijo arroja al pensar que el padre no lo logrará. Tras la mera descripción
de lo que acontece ya podemos hacernos una idea de la carga
psicológica-simbólica que adquiere la composición de cada escena a lo largo del
relato. En este punto aparece la solidaridad de un empleado del tren que los
descubre y les da alojamiento, entonces comprendemos el problema del padre con
el alcohol y de cómo su hijo está al tanto del asunto, secundando con la mirada
la bebida, como si fuera un veneno letal.
El niño que ya casi va entrando en
una adolescencia temprana a los 11 años, conoce a una muchacha y pasan un
momento a la tarde fumando cigarrillos. Él la observa: su falda, la forma en
que se mueve, su música. Ella lo intriga pero también lo atrae. Finalmente
padre e hijo se marchan, retoman el rumbo hacia Koktebel en la península de
Crimea, donde ahora sabemos que reside la hermana del padre y que tiene una
habitación reservada para ellos. En el camino descubren unos pájaros que el
padre explica que son albatros y, como ingeniero aeronáutico que es, explica su
modo de volar y de planear sobre la corriente de aire. El niño (que todavía no
entra de lleno en la adolescencia) pregunta, quiere saber, su padre es una
fuente de conocimiento, una vuelta a esa forma primitiva de transmisión de
conocimiento, de padre a hijo, en una retro-alimentación constante.
Pero en este punto la trama comienza
a complicarse, cuando los personajes bajo una lluvia torrencial, llegan a la
casa de un hombre a ofrecerse como obreros para reparar su techo a cambio de
alojamiento y comida. El hombre, que desde un principio se nos presenta como un
ser mezquino, ermitaño y desagradable, hace un trato con el padre y les sede
una habitación. Al día siguiente, luego
de una jornada de trabajo, en el momento de la comida, el hombre ofrece al
padre una copa de vodka que el padre rechaza señalando al niño. El hombre
entonces se las apaña para sacar al niño del plano de los adultos y lo envía al
ático, en donde hay muchos libros. Asi, el padre se queda totalmente desprotegido
ante su enfermedad y será el comienzo del quebrantamiento total de sus fuerzas.
En el ático, el niño observa un libro con ilustraciones de albatros, que para
ese entonces parece decirnos que son todos sus sueños y esperanzas que intentan
sino “volar”, al menos “planear” en la corriente de aire. Pero la realidad será
muy diferente.
Lo que sigue es un padre que no
puede con su rol, que no logra despegarse del alcohol y el niño el único
adversario, su único aliado y la única esperanza de salir de allí. Cuando
finalmente el alcohol se acaba y el dinero también, después de lo que vemos que
son varios días nebulosos de alcohol, el hombre acusa al padre de haber robado
y tras dispararle en el hombro, lo hecha al bosque con su hijo. A punto de
desangrarse, el hijo le salva la vida al encontrar a una doctora rural que lo
cura.
En casa de la mujer, el niño pasa
sus días esperando que el padre se recupere e investiga acerca de Koktebel. Los
días se van sumando y el niño empieza a perder la paciencia mientras el padre
comienza a involucrarse con la mujer que le salvó la vida. El niño vive la relación
amorosa de su padre con dolor, no es lo que él le prometió y aquella mujer no
es su madre. Lo plantea, quiere irse a Koktebel como estaba planeado, pero su
padre se resiste, le pide que lo haga por él pero el niño no sede, hay un punto
de inflexión entre ambos, como si el niño planteara “aquí también estoy yo y lo
que quiero. Aquí también estoy yo y lo que necesito”. Ante la negativa del
padre, el niño que ya por entonces parece empezar a ser un hombrecito, se
marcha solo, a cumplir con el plan que tenían desde un principio.
Cuando el niño finalmente llega a
Koktebel, busca a su tía pero esta se marchó dejando una carta y dinero. El
niño recorre el lugar, y duerme junto al mar. En la mañana, lo vemos sentado en
una escotilla, con una bola de pan como desayuno. Observa el mar inmóvil, como
abstraído en el horizonte. Un albatros come de su mano pero el niño ya no le
presta atención y lo espanta. El pájaro continúa insistente y el niño lo toma
del cuello y cuando está casi a punto de asfixiarlo lo suelta. Esta es quizás
la gran metáfora para la que trabaja toda la película. Cada cual puede poner su
intelecto en función de interpretarla y encontrará seguramente similitudes o
diferencias con lo que yo interpreto aquí pero que en todo caso nos sirve a ustedes
que leen y a mí que escribo, como una forma de retroalimentarnos mutuamente.
Creo que aquel albatros que la película describe, son los sueños de un pibe que
creció, por las vueltas del destino, huérfano de madre y de padre, a merced de
lo que trae el destino. Al reencontrarse con su padre, aquellos sueños se alimentaron y alzaron
vuelo, parecían planear en la corriente pero la realidad lo trajo nuevamente al
ras del horizonte. Ahora el niño se siente un hombre y puede dominar sus
sueños, él tiene las riendas de si mismo. Su padre, que comprendió el mensaje, se
coloca a su lado sin decir nada, pues ya todo está dicho entre ambos.
Magistral de comienzo a fin,
“Caminos a Koktebel” es una metáfora maravillosa, con una puesta en escena de
impecable perfección, trabajando con los elementos del lenguaje cinematográfico
en una escala de habilidad admirable. Muchos más se podría decir acerca de
ella, podríamos abordarla desde diferentes puntos y seguiríamos encontrándola
enriquecedora, razón por la que fue merecedora de múltiples premios en
festivales internacionales. Desde aquí nuestro humilde homenaje a esta película
que por mucho será recordada y admirada a lo largo y ancho del globo.
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